“Quise ser escritora. Pero odio todo lo que escribo”
Esta semana he vuelto a ver “Lost in Translation” (trailer). Es una película que en su momento me encantó. Entonces estaba estudiando la carrera, había querido escribir y pasaba por mi fase de fotógrafa, que es la continuación de esa frase que Scarlett Johansson le dice a Bill Murray cuando ambos están en la cama sin poder dormir y ella le confiesa que aún no sabe lo que quiere ser. Yo sí que sabía lo que quería ser, pero aún así me identificaba con Charlotte.
Sabía que quería ser periodista, pero eso no me aseguraba el resto del camino en un oficio siempre en crisis. Tú sigues estudiando porque sabes que eso es lo que tienes que hacer para llegar a donde quieres, pero en realidad no sabes qué te espera en la vida. Así que me veía reflejada en lo perdida que estaba ella… Que tenía un mundo de posibilidades por delante, cosa que veo ahora, claro. Además me fascinaba toda la estética de la película, su relación, sus silencios y también su banda sonora, que taaantas veces me acompañó desde mi iPod.
Sigue siendo de mis películas favoritas, aunque ahora la edad me permite añadirle capas y darle nuevas lecturas. Resulta que puedes estar tan perdido en la vida a los 20 como a los 50 y no es el fin del mundo. Entre mis favoritas están también “Moulin Rouge”, “The Holiday”, “Big Fish”, “Los amantes del Círculo Polar”, “Noviembre”, incluso “Dogville”, esa película extrañísima de Lars Von Trier donde no hay decorado y el escenario está pintado en el suelo cual obra de teatro sin construir. Todas son películas que vi con 20 años o menos. Y si me preguntas por películas favoritas recientes, así de primeras, no sabría qué decirte, me quedo en blanco.
Me pasa también con los libros. Es verdad que cuando estudiaba no leía como ahora, que es una constante en mi vida, porque con sacarme la carrera ya tenía suficiente y el resto del tiempo libre era para salir, claro, para descubrir, probar cosas nuevas… Leer era para las calurosas siestas de verano en el pueblo. Allí me leí “El señor de los anillos”, por ejemplo, antes de saber que llegaría al cine y cuya entrada todavía conservo legible, por cierto. Cuando retomé la lectura hasta convertirla en un hábito estábamos ya en la década siguiente, los 2010.
De repente fue como si acabase de darme cuenta de que ya tenía edad suficiente para leer lo que quisiera, sin tener en cuenta si estaba recomendado para mi edad o no. Aquí llegó Javier Marías con “Corazón tan blanco”, Maggie O’Farrel con “La desaparición de Esme Lennox”, Carlos Ruiz Zafón, Anna Gavalda, Mathias Malzieu, Murakami o Stieg Larsson con su saga “Millenium”. En cuestiones literarias, favoritos más recientes sí que tengo, pero si me preguntas por ese libro “favorito de la vida” que siempre recomiendas… Se me cortocircuita el cerebro y, de nuevo, me quedo en blanco. Y termino pensando en los libros de mi infancia, aquellos que me animaron a leer: “Matilda”, las aventuras de “Los Cinco”, las historietas de Astérix y Obélix o un montón de cuentos de Disney que entonces venían con su cassette y todo para escucharlos a la vez.
No sé si ves el patrón ¿Qué pasa con la persona que soy ahora? ¿No tengo gustos? ¿No tengo “gustos de ahora”? No te hablo ya de la música de ahora porque, como corresponde a mi edad, tengo que decir que mucha no me llama la atención (sorry, amigos del urbano), así que me quedo con esos artistas y bandas que, una vez más, descubrí hace 20 años… y encima más de uno se retira ahora. ¿Me convierte todo esto en una señora a punto de cumplir 40 con gustos de chica de 20? ¿Significa que no he madurado?
Añado: ¿Vivo más cómoda en la nostalgia o la acelerada vida post-redes sociales no me está dejando poso alguno? ¿Un poco de ambas? Sin desmerecer lo segundo, que es algo que mi amiga E. y yo decimos a menudo, el “yo tenía más memoria antes de las redes sociales” y eso nos ha llevado a ser incapaces de recordar nuestra vida sin recurrir a nuestra galería de fotos del móvil, no hay duda de que los millennials, en general, somos unos nostálgicos. Mientras crecíamos no dejaban de repetirnos eso de que seríamos la generación mejor preparada y que viviríamos mejor que nuestros padres. Pero –spoiler para nadie–, eso, para muchos, no pasó. Así que cuando nos cansamos de intentar reconciliar las expectativas que nos inculcaron con la cruda realidad que nos encontramos, nos refugiamos en todo aquello que nos hizo felices.
Y mi lugar feliz fue hace 20 años. Sintiendo que Sofia Coppola captaba perfectamente lo perdida que estaba, escuchando “Viaje de Estudios” de Lori Meyers, leyendo a Murakami, viendo “Big Fish”, haciendo mis primeros viajes con amigos o saliendo los jueves “de pachangueo”. ¿Que no he madurado? Creo que muchas veces pensamos erróneamente que madurar es dejar atrás todo aquello que fuimos porque “es que éramos unos niños”, cuando la realidad es que todo aquello que nos impactó entonces sentó las bases de lo que somos y que luego, ya más adultos, terminamos de conformar con algo más de criterio. ¿Por qué la niña que fui tiene que ser incompatible con la adulta que soy?
Por cierto, Bill Murray terminaba diciendo:
“Cuanto más sabes lo que eres y lo que quieres, menos te afectan las cosas”.
Quizás sólo se trate de eso, que sé lo que soy, lo que quiero y el resto me da igual.
Es curioso cómo muchas veces el cine, la literatura, la cultura en general, incluso aquello que nos gusta y que a veces tratamos de esconder, tiene la respuesta.
PD.: ¿Qué crees que se dijeron los personajes al final, en aquella frase susurrada al oído?
Cuando era adolescente creía que con la madurez venía el saber cuál era tu camino, que tenías uno marcado. Ahora pienso que más bien es aprender que no hay camino y que aún así siempre tienes que caminar. Así que supongo que lo que dices de que uno se siente perdido sin importar la edad es una gran verdad.