Ya está aquí… Se acerca inexorablemente mi cumpleaños y yo he vuelto a refugiarme en el silencio de los museos. Lo podría convertir en costumbre porque la verdad es que sienta muy bien. He ido a ver una exposición de fotografías históricas y de premios nacionales. Siempre me ha llamado la atención la fotografía. Esa mezcla química que hace que la imagen que has captado con un aparatito quede impresa en un trozo de papel para siempre. Momentos cotidianos, conflictos mundiales, historias de amor y de guerra. Expresiones más surrealistas, experimentos mezclando técnicas, fotomontajes, manipulación digital…
Sí, tuve mi etapa de chica con cámara de fotos al cuello, de hacer quedadas, de salir con una amiga a montarnos sesiones y acabar posando en medio de la carretera para la posteridad. Luego, en Fotoperiodismo te llega el baño de realidad y ves de primera mano, primero, que el ojo humano y el ojo de la cámara nunca coinciden; y, segundo, que el proceso químico no tiene nada de mágico porque a mi me parece estresante controlar las cantidades de los productos, el orden y los tiempos de cada uno para no acabar cargándote la foto. Muy romántico, pero yo estoy a favor de que el revelado lo haga otro.
Por supuesto que me llevé algo bueno de las clases y el revelado no supuso un mazazo para mi ilusión. Me encantaban las prácticas, ese salir a recorrer las calles y aprender a mirar para encontrar la foto. También me descubrió a muchos artistas que desconocía o que sólo “me sonaban”: Diane Arbus, Robert Capa, Eliott Erwitt, Robert Doisneau… Resulta que el mundo podía caber en una fotografía, contar una historia e incluso marcarla para siempre.
Milan Kundera decía que la memoria no guarda películas, sino fotografías. Son un recuerdo congelado, un “instante decisivo”, como tan bien lo definió Cartier-Bresson. Son testigo de la historia colectiva, de que algo ocurrió y estuvimos allí. Hoy es más cierto que nunca. Con lo rápido que vivimos, recordamos lo que ha pasado en el último mes paseando por nuestra galería de fotos del móvil. Ya hay estudios que dicen que la falta de fotografías impresas afecta a nuestra capacidad de recordar (ya sabes que no tenemos memoria). Y no es que no nos importen esas fotos, el mismo estudio afirma que sí, que damos mucha importancia a nuestras fotos personales. Que mirarlas y compartirlas nos sienta bien porque nos permiten retroceder en el tiempo y recordar experiencias, momentos compartidos con personas que queremos. Pero sólo el 2% de las que llevamos en nuestro teléfono acaban sobre papel, cuando tener fotos expuestas en casa nos puede ayudar a reforzar esos recuerdos y mejorar nuestro bienestar.
Mi abuelo recopilaba fotos de su carrera. Era periodista y guardaba fotos de sus entrevistas, los eventos a los que le invitaban o los premios que le daban. Y completó varios álbumes, álbumes que ahora tengo en casa, y es bonito poder recordarlo así, ver el paso de los años hasta reconocerle en la cara con la que yo crecí, pasando las páginas y tocando cada imagen, cada vez más desgastada, pero más importante para nuestra memoria.
Cuando los descubrí hace un par de años pensé que sería bonito conservar así los hitos de una vida, en este caso profesionales, y quise revisar los míos. Que sean más o menos hitos reseñables es otra cuestión, pero me di cuenta de que mis primeros años de carrera desaparecieron en el limbo de los discos duros estropeados cuando murió inesperadamente mi primer ordenador. Ahora nos obsesiona tenerlo todo en la nube para no perderlo. Y así tenemos cuatro fotos con la misma cara o del mismo plato, aunque no las volvamos a mirar. Que tampoco es que tener más fotos de la misma cosa vaya a mejorar nuestra memoria, cosa que la Dra. Linda Henkel lleva estudiando 10 años, pero en fin…
No sé si con esos 14.000 archivos, no sé cuántos megas, acabaremos haciendo una historia que merezca llegar a las paredes de los museos, pero es la nuestra. Para las generaciones que lleguen dentro de un siglo seremos el pasado, impreso o en la nube. Admirarán con extrañeza nuestras costumbres, tradiciones y conflictos, gustos, modas e ídolos. Yo hoy he visto a James Dean paseando por Nueva York, a Marilyn Monroe posando para una foto que nunca le gustó, también el surrealista violín de Man Ray, la crudeza de “El miliciano”, hasta el beso más famoso de la fotografía, aunque fuese un montaje.
Es emocionante estar mirando a los ojos a la historia y hacerlo además en papel. Sí, puedes ver todas esas imágenes en una pantalla, desde tu smartphone con hacer una búsqueda en Google, pero no se puede negar que hay algo especial que se nos remueve por dentro, al menos a mi, cuando las tienes delante de verdad. Tangible, real. Existieron. Esas personas ante el objetivo, esos fotógrafos detrás, esos momentos.
Porque va más allá del “Uy, pues yo esta foto me la imaginaba más grande”. Es pensar en todos los ojos que las vieron antes, todas las manos por las que pasaron o los kilómetros que llevan a sus espaldas… En cómo era el mundo cuando se hicieron y en cómo ha cambiado. Nos da perspectiva, nos coloca en la inmensidad del universo, como cuando miras al cielo nocturno y te sientes pequeñita pensando en lo lejos que están las estrellas y en lo que habrá allá arriba, ¿no? Y sólo es un trozo de papel :)
Por cierto, si te gusta la fotografía como a mi, hace ya 4 años, antes de que esta newsletter llegara a Substack, en uno de estos emails de los domingos recomendaba algunos documentales que vuelvo a dejar ahora por aquí:
Eliott Erwitt. El silencio suena bien [trailer] - Te quiero, Cecil Beaton [trailer] - La sal de la tierra [trailer] - Everybody Street [trailer] - Bill Cunningham New York [ver]